dissabte, 25 de desembre del 2004

Un clásico del año 1998: la novela joven


Capítulo 1

P. conducía bajo los efectos del alfajor mientras en la parte trasera del coche A. y M. ya experimentaban el cosquilleo anfetamínico del choricillo picante. A.K., de copiloto, estuvo a las puertas de la muerte por asfixia debido al consumo del alfajor. Tuvieron suerte; no toparon con la bofia haciendo controles de alfajoremia.
Vivían al límite.
Capítulo 2
Entraron en aquel sucio antro a tiempo para pillar a Johnny metiéndose una mesa de pino gallego.
Ellas dudaban. ¿Qué antídoto usar para paliar los efectos secundarios nocivos del alfajor en las muelas? ¿Agua, sifón, botijo murciano? Su instinto les dictaba que deberían ir a hacer gárgaras,
--en su sentido más literal-- cuanto antes o las consecuencias podrían ser irreversibles.
La conversación con el sórdido barman de aquel sucio antro no dio mucho de sí, hasta que pidieron el cóctel más explosivo de moda: agua con zumo de melocotón. Las carcajadas del barman expresaron la negativa ante el hecho de servir tal bomba; se tuvieron que conformar con unas hierbas...
Para romper el hielo con el barman, empezaron a contarle todo lo que se habían metido antes de llegar al bar. Alucinó por la rareza de mezclas que ni él osó combinar en su día: dátiles con bacon, choricillos picantes, carne con curry...
Todo aquello ya era inaudito. ¿Cómo seguían en pie, habiendo rematado la sesión con un alfajor?
Johnny empezó a vomitar serrín como un descosido en el quicio de la puerta.
Cápítulo 3
El alfajor, al cabo de dos horas y media, degeneraba en una curiosa histeria colectiva, acompañada de ideas escatológicas. Acabaron meando espatarradas como los tíos y pensando en pollas en vinagre. Pusieron al barman a parir como energúmenas. P. conducía con el cabreo típico de la bajona del alfajor.